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Maradona, el doctor, un ejemplo para no olvidar

Vivió entre los aborígenes del monte formoseño; en su memoria se celebra en Argentina el Día del médico rural. El paraje Estanislao del Campo –por entonces un villorio urdido en el monte formoseño– tal vez tenía para él los hechizos que lo encantaron de pequeño en su estancia familiar en Barrancas, Santa Fe.

Un 2 de noviembre de 1935, detenido allí el tren que lo traía del Paraguay, lo retuvo la urgencia de un laborioso parto y el legendario médico se dispuso, sin ambages, a asistir a la parturienta. Los vecinos del lugar manifestaron la necesidad de contar con un doctor e instaron por su permanencia. Esteban Laureano Maradona no dudó ni un ápice y el tren se marchó sin él. Así se convirtió en el médico rural de aquel paraje por más de cincuenta años. Pero no fueron los recuerdos de su niñez los que decretaron su destino y lo arraigaron a aquel paraje, sino su infinita necesidad de servir a los demás.

Luchó contra la desnutrición y contra la lepra, el mal de Chagas y la tuberculosis

Maradona nació en Esperanza un 4 de julio de 1895, fecha que en la actualidad conmemora el Día del médico rural. Era el noveno hijo de Waldino Baldomero Maradona y María Encarnación Villalba. Descendía por parte de padre de una familia patricia sanjuanina y, por el lado materno, provenía de un acaudalado estanciero.

Compartió su infancia junto a trece hermanos, con quienes aprendió a amar la naturaleza y la rústica vida de campo: jugando y cazando en el monte, pescando y confraternizando con la estirpe gauchesca de la peonada y los lugareños. Contempló luminosos amaneceres durante silenciosas mañanas e inolvidables crepúsculos desde la inmensidad de aquel estepario sobre el Río Coronda. Las vivencias de primera infancia marcaron su ser, que resultaría armonioso, profundo, de notable dimensión moral y grandeza espiritual

Cursó el secundario en la ciudad de Santa Fe y, más tarde, emigró a la Capital Federal para estudiar medicina en la Universidad de Buenos Aires, donde alcanzó el título de médico en 1926, formado por notables maestros como Bernardo Houssay, entre otros.

Una vez recibido, sus capacidades y una ascendencia de abolengo le prologaban una fructífera vida en cualquier lugar que se hubiera propuesto. Sin embargo, se trasladó a la ciudad chaqueña de Resistencia, donde instaló su consultorio y atendió un leprosario. Incursionó, además, en el periodismo y la seguridad laboral.

Sus frecuentes críticas al gobierno militar de Uriburu le provocaron desencuentros políticos y cierta persecución, lo que lo llevó a apresurar su viaje de servicio a la guerra del Chaco Boreal entre Paraguay y Bolivia. Con apenas 40 años, pasó tres años en tierra guaraní para atender las heridas de soldados caídos en el campo de batalla.

Finalizada la contienda bélica, y a pesar de los pedidos del gobierno paraguayo para que se quedara, Maradona siguió fiel a su estereotipo inmutable de eludir los favores de la fama rechazando honores y cargos, y regresó a su patria para continuar al servicio de los demás.

Su destino sería en Estanislao del Campo, donde encarnó como pocos el Juramento Médico durante más de medio siglo. “Si algún mérito me asiste en el desempeño de mi profesión, este es bien limitado; yo no he hecho más que cumplir con el clásico juramento hipocrático de hacer el bien”, solía decir.

Habitó una humilde vivienda que, al mismo tiempo, le sirvió de consultorio médico. Disfrutaba de la luz natural y de su armonía con la naturaleza. La historia cuenta que, en cierta ocasión, rechazó la comodidad de la luz eléctrica.

Se entregó completamente a los marginados aborígenes del monte formoseño: tobas, pilagás, wichis y otras tribus; no solo a través del servicio de su profesión, sino también con toda clase de ayudas, incluso pecuniarias. Les mejoró la calidad y provisión del agua y alimentos. Les enseñó a cultivar la tierra y a construir sus casas con ladrillos.

Maradona se ocupó con desvelo de las personas que asistía y de las múltiples circunstancias que influenciaban en su salud. Luchó, además, contra la desnutrición y enfermedades prevalentes como lepra, mal de Chagas, tuberculosis, cólera y sífilis.

Se involucró con los aborígenes como su médico y de una manera casi pastoral: aprendió su lengua, escuchó sus largas historias y cosechó la extraordinaria confianza necesaria en cualquier relación médico-paciente. Vivió tan pobre como sus protegidos, con quienes estaba unido a través del afecto.

Creó instituciones para cobijarlos y educarlos. Construyó una escuela con dinero propio y, junto a su amigo inglés Juan Enrique Dring, trabajó por la vindicación del aborigen fundando una Comisión Indigenista, que procuró tierras fiscales en las que erigieron en 1948 la colonia aborigen Juan Bautista Alberdi. No aceptó donaciones, subsidios ni becas; y toda ayuda económica la vehiculizó a la comunidad.

Maradona fue un ávido observador y estudioso de la naturaleza. Se dedicó a investigar científicamente la fauna y flora de la región, y fue considerado por algunos expertos como un naturista. Tenía dotes de muy buen dibujante. Dejó testimonio de sus luchas y obras en varios libros, entre ellos, A través de la selva.

Desde una perspectiva actual, podría decirse que su incansable labor abarcaba lo que se considera de utilidad actualmente para contrarrestar futuras pandemias. Abordaba la salud de los aborígenes de una manera integral, ocupándose no solo del bienestar humano, sino también del ecosistema. Reconocía la compleja interacción –tan olvidada a veces por estos días– entre las personas, los animales y las plantas.

En 1986, el doctor Maradona enfermó y buscó cobijo familiar en su provincia natal, donde fue acogido por su sobrino José Ignacio. Rechazó los privilegios que su pasado pudiera otorgarle y pidió ser atendido “donde se asiste la gente pobre”.

En el Hospital Provincial de Rosario, algunos jóvenes médicos residentes tuvimos el honor de conocerlo: un singular hombre, de diminuta figura y sonrisa vivaz, siempre escudriñante con su inteligente y juvenil mirada, luciendo los zapatos vetustos que le había regalado su madre.

Se lo recuerda por su extraordinaria lucidez y buen humor. La muerte le llegó a los 99 años, el 14 de enero de 1995.

Este médico rural trabajó tenazmente e hizo del servicio la razón de su existencia. Se entregó con pasión a las necesitadas comunidades indígenas, quienes lo inmortalizaron con el pseudónimo Piognac, cuyo significado en lengua pilaga es “Doctor Dios”.

Esteban Laureano Maradona dejó pasar muchos trenes en su larga vida: el de los honores, el de los oropeles, el del egoísmo y los intereses personales, el de una vida citadina y acomodada. Su tren, su camino, fue una modesta vivienda en el monte y una entrega sin dobleces a los más necesitados, desplegada con una sensibilidad profunda.

Fuente: La Nación

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